Dios revestido de humanidad en la tradición religiosa del Oriente Próximo Antiguo
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La experiencia religiosa mesopotámica afirmó la impronta divina en el hombre y la humanidad de Dios. Sus relatos creacionales reflexionan sobre la huella de Dios en el hombre, que llevaba dentro de sí el anhelo de un encuentro directo, cara a cara, con el rostro divino. Esta posibilidad se había intuido con las estatuas de los dioses en los templos. Sus imágenes los hacían presentes en este mundo una vez que se habían sometido a la acción vivificadora de los rituales conocidos como «apertura de boca» y «lavado de boca». Estos rituales muestran que las estatuas cultuales no sustituían a la divinidad, sino que más bien la encarnaban: en ellas inhabitaba lo divino. La tradición cristiana consigue dar cumplimiento a dicho anhelo cuando, por la misericordia de nuestro Dios, nos ha visitado el Sol que nace de lo alto.